
La otra rana se dijo: “¡No hay caso! Nada se puede hacer para avanzar. Sin embargo, ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último aliento”. Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar. De pronto de tanto patalear y batir la leche ésta se transformó en mantequilla. La rana dio un salto y llegó hasta el borde del recipiente. Alegremente regresó a su casa.
En los momentos más complicados lo único que no podemos perder es la esperanza.
Esa capacidad interior del ser humano para hacer frente a las adversidades, superarlas y ser transformado positivamente por ellas, se llama resiliencia.
La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. Es un ajuste saludable a la adversidad.
Pero, ¿cómo es el lenguaje que usamos para referirnos a las adversidades y la actitud que tomamos frente a éstas en el hogar? Las posturas que asumimos son magníficos modelos para que nuestros hijos enfrenten las propias.
Cuando son menores es frecuente que nosotros hagamos la lectura o interpretación de la adversidad que les sucede. Usando un lenguaje poco esperanzador, alarmante, o una actitud pasiva y resignada, así les enseñamos a no tener esperanza.
Cuando se pierde la esperanza surge una sensación de estancamiento, aceptamos una vida problemática como normal, y algunas veces llegamos al nivel de hacernos tolerantes al daño sobre nosotros mismos, es como si ya nos diéramos por perdidos, y ya qué más da. Sin embargo la actitud que se tome ante la adversidad puede convertir a ésta en una oportunidad para descubrir el propio potencial, conocer nuevos recursos en uno mismo y crear oportunidades interesantes.
La energía para transformarse, para motivarse a un cambio, sólo es posible si hay una sensación de inconformidad, si no sabemos contra qué rebelarnos no habrá el salto hacia el cambio.
Una amiga y psicóloga, Liliana Mayo, ha logrado construir con el paso de los años una gran institución, el Centro Ann Sullivan del Perú, un centro dedicado a un proyecto de integración a la vida para personas con habilidades diferentes, diagnosticadas con Síndrome de Down, Síndromes del Espectro Autista y Parálisis Cerebral y Retardo Mental, personas que muchos dirían que no tienen mucha esperanza de éxito. Pese a todo, ella junto con su equipo ha logrado el éxito de sus alumnos y sus familias, y contra todo pronóstico, los ha inducido a pensar que “Juntos hacemos posible lo imposible”. Muchos de ellos trabajan en empleos reales e incluso mantienen a sus familias.
Según las investigaciones no todos somos resilientes, pero creer que “sí se puede” e impulsar a otros a creerlo sí es una capacidad humana muchísimo más frecuente. Sin embargo, creo que a veces, si vamos en esa línea, cruzamos límites insospechados de logro.
Crear en nuestros hijos ese lenguaje interior que los motive a avanzar, demanda que nuestro lenguaje sea un modelo para que ellos creen su propia voz optimista, una que vislumbre sueños, los induzca a seguirlos, los alerte de los desvíos, y también los felicite por los logros alcanzados. Lo que nos decimos a nosotros mismos es nuestra principal fuente de influencia para el cambio.
Es una gran y hermosa labor el hacerles ver que el pasado ya no se puede volver a tocar y que el futuro sólo se puede predecir construyéndolo.
En este medio año que nos queda, pongámonos a analizar el entorno, vislumbremos lo que deseamos que suceda para nosotros y nuestros hijos y pongámonos a trabajar, y si miramos para atrás, que sea con el retrovisor, y sólo para ver cómo nos sirvió de experiencia.
¡Nuestro destino puede ser diferente!, ¿por qué debería ser como lo la lógica de las estadísticas, los pronósticos y progresiones dicen? ¿Por qué no intentar arriesgarse a lograr un destino diferente, a tener éxito contra todo pronóstico?