29/3/12

Mensajes vivientes: los agresores en el bullying

Entre el año 2000 y el 2011 el número de denuncias por violencia familiar en el Perú llegó a aproximadamente 300,000 (lo cual no incluye la violencia vivida en secreto). Ante este registro me preguntaba por las personas involucradas tras estas situaciones denunciadas: hombres y mujeres, padres e hijos, agresores y víctimas, personas reales. 300,000 agresores que alguna vez fueron niños, que se sentaron en una mesa familiar, que fueron a una escuela, que estuvieron en contacto con adultos, los cuales, en alguna medida, vivieron atentos a ellos, algunos desconectados, otros “atentos”, pero, sin decir una palabra, minimizando, justificando o negando las faltas mientras sus niños iban entrenándose en maltratar a otros de acuerdo con su edad y perfeccionándose en sus formas de hacerlo.

Es que los humanos vivimos siempre con la posibilidad de ser dañados, es innegable, pero tenemos a la par una gran capacidad para dañar a otros. Creo que hay algunas acciones que pueden ayudar desde el hogar para disminuir las probabilidades del uso de esa capacidad en nuestros hijos. Enfatizo en el poder de nuestras acciones y de los diálogos (preventivos algunos y otros de confronte cuando la situación lo requiera) para orientarlos y acompañarlos en el proceso de aprender a convivir con las personas que los rodean.


• Enseñarles que siempre es posible controlarse: la ira, la envidia o, los celos son emociones de todo ser humano. Es imposible controlar la aparición de estas fuerzas de la naturaleza humana en nosotros, pero sí podemos decidir qué tiempo se quedan con nosotros y cómo manejarlas.
• Reflexionar con ellos acerca de cómo podrían estar viviendo a diario de acuerdo con la “ley del embudo”, todo lo ancho y cómodo para que pase yo, pero el paso angosto y difícil para los demás, o tratando de quedar bien a costa de dejar mal a otros (difamando, ridiculizando, manipulando, subestimando, discriminando, incluso golpeando); o todo lo bueno para mí y lo menos bueno para el otro; sintiéndose orgullosos de su hazaña. Denles la oportunidad o fuércenlos a hacer acciones en beneficio de otros. Complaciéndose de cooperar con otros, de ser artífices de la alegría de otros, les ayudará a descentrarse de sí mismos, pues, los que viven la “ley del embudo” como filosofía de vida, suelen pensar que son “el último chizito de la matiné” o “la medida de todas las cosas”.
• Reflexionar con ellos acerca de que el otro es un bien en sí mismo, que es amado por muchas personas como lo son ellos, y que tiene el derecho a estar bien. Al hacer algo en contra de una persona, están yendo en contra de la gran fuerza de amor de todos aquellos que lo respaldan.
• Muchos niños tienen la idea de que “si no ataco primero, los demás siempre van a abusar de mí”. Es importante reflexionar con ellos al respecto, nuestros hijos podrían estar viviendo asustados, tratando de asegurarse de que nadie los trate como tontos o débiles, llegando incluso a dudar de las buenas intenciones de la gente, todo el perfil de una persona paranoide. A partir de la pubertad cuando se inicia el interés por desarrollar amistades genuinas, su soledad podría agudizarse, pues los demás ya no lo aceptarán como amigo, porque es (dentro de su esquema) incapaz de confiar en los demás, y la confianza es un elemento fundamental para la construcción de las amistades.
• Encender el radar ante la manipulación de cerebros maquiavélicos. Aunque no los exime de responsabilidad, nuestros hijos muchas veces hacen daño manejados por otro que odia a la víctima. Ellos creen todo lo que les dice el manipulador. Si observamos en nuestros hijos esta fragilidad para dejarse envenenar, debemos actuar pronto. Quien ahora cede con facilidad ante la presión o a la persuasión absurda y falaz, más adelante será candidato a ceder rápidamente ante la presión para realizar acciones más dañinas. Hay que fortalecer su capacidad de autonomía, incluso su capacidad para valientemente decir “yo pienso diferente y por lo tanto hago diferente”.
• Estar atentos a cómo nosotros podemos ser modelos o incitadores de aquellas actitudes o acciones que precisamente intentamos que nuestros hijos no posean. Si hablamos mal de otros padres o de los compañeros de nuestros hijos, ellos pueden sentir que al maltratar a estas personas están siendo leales con nosotros. También podemos ser modelos de violencia cuando maltratamos a personas que viven en el hogar o incluso a nuestros propios hijos, a través de la desaprobación, las amenazas, la falta de disponibilidad en la vida de ellos, al exponerlos a corrupción, al pedirles resultados más allá de la perfección, al privarlos de cuidados básicos (teniendo el dinero para hacerlo) o al programar su vida, sin considerar su opinión.


Formar una actitud a favor de la convivencia positiva es un ejercicio que demanda un autoanálisis acerca de cómo actuamos para prevenir y de cómo intervenimos cuando hay incidentes. Por su parte, a nuestros hijos les demanda valentía para detectar y enfrentar o abandonar discursos violentos a tiempo, so pena de convertirse desde ya en un candidato óptimo a formar parte de una estadística como la expuesta al principio, y peor aún, arrastrando a otros a su infelicidad. Los niños son mensajes vivientes que enviamos al futuro, en ese sentido, creo que hay mucho por hacer tanto en la escuela como en la familia; estamos a tiempo, total, aún son niños.


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Los niños ven, los niños hacen
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