25/4/09

Construyendo seguridad en nuestros hijos: defender los propios derechos

Gina, una adolescente, descubrió esta semana que sus padres han leído su diario; Sebastián se queda callado después de que su profesor lo ha castigado injustamente; Andrea se da cuenta de que una compañera ha estado regando información falsa sobre ella, afectando su reputación, y Alonso es segregado por su compañeros porque dicen que “al participar en clase los opaca y los hace quedar mal delante del profesor”. En todas estas pequeñas historias, los protagonistas experimentan la trasgresión de sus derechos: el derecho a la intimidad, a protestar cuando se es tratado de manera injusta, a ser tratado con respeto y dignidad, y a progresar, aun superando a los demás. Sin embargo, estos jóvenes pueden asumir como tolerables, aceptables y normales esas maneras con que el mundo se relaciona con ellos. Es preciso evaluar cómo los contextos que los rodean, tanto familiar como educativo y amical, pueden contribuir a esta forma de pensar. Sólo el niño o joven que siente que no es correcta la forma en la que es tratado podrá expresarse al respecto. Muchos no reconocen que deben ser tratados con igualdad y que son sujetos de múltiples derechos: derecho a que los demás preserven su integridad física y emocional, su honor y reputación, así como su intimidad y secreto; derecho a expresarse libremente de manera oral y escrita, así como a crear; derecho a la paz y tranquilidad, a la defensa de sí mismo, a tener una oportunidad, a equivocarse y corregirse, a que respeten su propiedad, a ser y pensar de acuerdo con sus propias convicciones, derecho a la libertad y a la vida.

Algunos chicos se inundan de miedo al ser expuestos a circunstancias de trasgresión de sus derechos; se paralizan y silencian, se muestran temerosos y sumisos y postergan sus propios intereses. Otros responden de manera agresiva y violenta hacia los demás con explosiones de cólera, aparentemente más seguros, pero culminan en trasgresiones mayores a las que lo provocaron a actuar de esa manera. No es raro que encuentren que el ser más violento es un medio para obtener un cambio rápido en las situaciones y personas, pero con un costo social tremendo. Aprenden que para ser escuchados, debe gritar y, prontamente, que para escuchar deben ser gritados.

Uno de los aspectos que podemos desarrollar en nuestros hijos, como parte de su crecimiento en autonomía, seguridad en sí mismos y ciudadanía es la habilidad de expresar sus quejas e insatisfacciones, así como a defender sus derechos de manera clara, enérgica y respetuosa.

Hay un dicho en Perú, “el que no llora no mama”, que refiere a esa relación condicional que hemos establecido de que hay que quejarse para ser sujeto de un trato igualitario. Algunos amigos y yo coincidimos en que la cantidad de estímulos que recibimos para poner en uso la habilidad de “expresar una queja” es mayor acá que la experimentada en otros países, lo cual puede ser un indicador de cuán trasgresores podemos ser.

Pero ¿habrá un punto de partida, un proceso para enseñar a nuestro(a) hijo(a) a expresar insatisfacciones o defender sus derechos? Esbozaré un proceso:

Paso 1. El cuerpo suele avisar que está insatisfecho con algo o que está siendo tratado de manera injusta: hay tensión muscular, sube la presión arterial, cosquillea el estómago. En el caso de los chicos, es preciso hacerle pensar en qué ha sucedido para que se sienta así: ¿están dejándole de lado, faltándole el respeto, tomándole el pelo, aprovechándose de él?

Paso 2. Que decida ante quién se quejará, ya que los problemas se intentan arreglar primero con el infractor. Nuestros hijos a veces conversan de sus insatisfacciones con otros amigos, los cuales suelen coludirse con él; en otros casos, en aras de sentirse más tranquilos o con poder sobre esa persona, hablan a sus espaldas o, en otros casos, no le cuentan a nadie, sufren y alimentan su inseguridad.

Paso 3. Quejarse ante esa persona teniendo en cuenta cómo lo hará, si será amable, sereno, pausado o enérgico; en el acto o en otro momento; si lo hará en privado o en público; mirándolo a los ojos o a través de una llamada telefónica, etc.

Paso 4. Plantear una sugerencia para resolver lo que está sucediendo. Esto marca una diferencia frente al solo hecho de lamentarse; refleja nuestras expectativas sobre el comportamiento de la otra persona. Finalmente, para cerrar, puede preguntar si el trasgresor está de acuerdo con lo propuesto.

Cuando oriento a los chicos acerca de este punto en particular, enseño la técnica de cuatro tiempos, que consiste en: Yo me siento (emoción)…, cuando tú haces (describir el comportamiento del que trasgrede…, pues eso significa que (qué mensaje o interpretación le atribuimos a dicha conducta)…, por lo tanto necesito que (sugerencia)… .

Ejemplos: “Papás, me siento muy decepcionada desde que supe que ustedes revisan mi diario, eso significa que no confían en mí y que no respetan mi privacidad. Si ustedes desean saber algo personal, pregúntenmelo a mí, yo les responderé”.

“Profesor, me siento muy confundido cuando usted me responsabiliza sin escucharme de algo en lo cual, estando cerca, no tuve nada que ver. Eso para mí significa que no respeta mi derecho a ser escuchado y defenderme, déjeme explicarle lo sucedido”.

“Yo me siento molesto cuando me pateas como broma. Yo creo que no te importa si me dañas; si quieres bromear, que sea solo de palabras”.

“Yo me siento presionado cuando ustedes dicen que me quede callado en clase porque los hago quedar mal, cuando en realidad deseo preguntar y participar. Para mi familia, es un gran esfuerzo que yo venga acá y he venido a aprender. Creo que a ustedes eso les importa poco, yo respeto que ustedes se queden callados, ustedes respeten mi deseo de participar”.

Defender nuestros derechos exige más valentía, audacia, rapidez, inteligencia y a veces picardía que las expresadas por los que los trasgreden. De hecho, esto es mejor que quedarse en silencio o responder con una agresión física o verbal.

Esto que he esbozado es solo una forma de hacerlo. Imagino que usted tendrá otras estrategias, pero ya sea de una u otra forma, hay una secuencia que incluye: un reconocimiento emocional y mental del abuso, la puesta en evidencia de la conducta del otro como trasgresora y la exigencia de un cambio.

Es preciso recordar que toda habilidad social mientras más sea practicada, llevará a que más cómoda y hábil se sienta quien la ponga en práctica. Cuanto más modelos eficientes haya, más fácil se aprenderá y, si se obtienen resultados positivos modificando las actitudes del otro, mejor aún; sin embargo, aquí el objetivo es quedar bien con uno mismo y defender las propias convicciones acerca de lo se cree que es lo correcto y justo.

Enseñarles a nuestros hijos a defender sus derechos y manejar estas situaciones les ayudará a construir seguridad y respeto por sí mismos. Un requisito para “rebelarse” es tener conciencia de que hay algo que no están haciendo bien con nosotros las personas que nos rodean, de que estamos siendo objeto de abuso o coerción, de que está siendo trasgredido un derecho y que eso no es normal ni tolerable. El otro lado de todo esto es enseñarles a nuestros hijos que hay también deberes para con los otros. Esto les enseñará a respetarlos y considerarlos también como sujetos de derechos. Esto se llama reciprocidad.

20/4/09

El significado y construcción de la amistad

Un hermano es un amigo obligado, un amigo es un hermano elegido.

Al hablar de amistad, no puedo evitar filtrar mis propios conceptos respecto de esta, basados en los vínculos construidos con aquellas personas que, con el tiempo, he venido a llamar amigos. Uno no puede predecir con quiénes crecerá. El inicio de una amistad, así como la manera de enriquecerla y las formas como alcanza su madurez son variadas. Sin embargo, creo identificar algunos elementos que, como un patrón, permanecen relativamente constantes en este proceso que hace que un desconocido se constituya en un hermano elegido.
Indagué con respecto de la historia de algunas amistades célebres y hallé las de Plácido Domingo y José Carreras, Leonardo Da Vinci y Nicolás Maquiavelo, Albert Einstein y Marcel Grossmann, Papa Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger, Ludwig van Beethoven y Franz Schubert, entre otras. En estos vínculos percibí algunos puntos de partida y motivaciones interesantes para la amistad: la gratitud profunda, la admiración mutua, el servicio desinteresado al otro, la responsabilidad asumida en la misma fe, la estimulación y el aprecio constantes.

Nos toca como padres revisar nuestras propias concepciones y vivencias acerca de la amistad, y orientar a nuestros hijos en el momento en que les ha tocado vivir dentro de su proceso de maduración social. En esta etapa les toca aprender a ser amigos, y es una gran responsabilidad educarlos en la confianza, el compromiso, la reciprocidad, y en el brindar y recibir afecto.

Una de las actividades que trabajo en los talleres que realizo consiste en la construcción de un radar de confianza. Es común hallar que quienes no tienen a nadie o muy pocas personas en su círculo más cercano tienden a ser desconfiados de los demás y, por lo tanto, resultan menos confiables a los otros. He observado que son personas más enfadadas, molestas con el mundo, irritadas o cínicas, y tienden a echarles la culpa a los demás de sus problemas. Cuando uno confía en otro lo inspira e invita a hacer lo mismo; la imagen de confiabilidad no se gana “contando la vida”, lo cual hasta puede resultar sospechoso. Más bien, se construye sobre la base a la credibilidad, en el proyectar que tenemos buenas intenciones con el otro, en la amabilidad y la lealtad. Si uno muestra poca confiabilidad, recibirá desconfianza de los demás. Mahatma Ghandi expresó:”Si confías, puedes ser herido, pero si no confías, nunca aprenderás a amar”. ¿Cuán confiables son nuestros hijos a los ojos de sus pares?

La sociedad nos impulsa (y a veces no hacemos mucho para detenerla) a chocar con las personas más que a comprometernos con ellas, lo cual limita nuestra posibilidad de construir relaciones significativas. Una amistad se compromete, pero no hace las cosas por el otro, no recorre la vida por el prójimo, no lleva a la persona a traicionarse a sí misma. ¿Cómo se comprometen nuestros hijos con los otros?, ¿expresan lealtad, servicio y dan lo mejor de sí o priorizan lo material a las personas?, ¿tienden a valorarlas por lo que son o por lo que significan? Si están dando más importancia a las segundas opciones de cada dilema, hay más posibilidades de que sus vínculos sean superficiales y frágiles.

En la infancia y la adolescencia uno perfila lo que puede esperar de las personas, pero también lo que les puede brindar a las personas. Es un tiempo de excelencia para desarrollar la habilidad de relacionarse, y también es donde suceden las fracturas del aprendizaje de dichas habilidades.

La historia de Pinocho describe bien ese proceso de convertirse en persona. Desde mi punto de vista el hada real de Pinocho fue Gepetto, pues el carpintero le dio la oportunidad de experimentar lo más sublime que alguien puede hacer por otro: arriesgar la vida al ir en su búsqueda. Pinocho, al impactarse y sensibilizarse por ese gesto y al decidir hacer lo mismo en reciprocidad al altruismo del anciano, se trasformó cualitativamente, dejó de ser de madera para ser humano, dejó de ser el títere que otros movían para ser el niño con motivaciones internas. El hada solo validó lo que ya Gepetto había hecho con la magia de su amor. Es importante que en muchas ocasiones los padres hagamos de Pepe Grillo para interpretarles a nuestros hijos el significado de las acciones positivas de quienes los rodean y, sobre ello, educar la gratitud y la reciprocidad. ¿Qué tan expuestos están nuestros hijos a la bondad de otros y qué tanto están aprendiendo a ser recíprocos?

La amistad es una gran oportunidad para crecer como personas y hacernos cada vez menos egocéntricos, al impulsarnos a salir de nosotros mismos. La enemistad sostenida, el abuso, la indiferencia, el poco respeto, la insensibilidad y marginación hacia otros en la infancia y adolescencia significan un retraso en la oportunidad de crecer emocional y socialmente. Ante ello hay que estar atentos pues nuestros hijos pueden estar aprendiendo mal la lección de cómo ser amigo y ser persona.

Un amigo es leal. Es confiable, pues puedes estar seguro de él y de que pensará en cuidarte, incluso sin que tú lo sepas. Siempre hace más de lo que le pides o esperas, incluso disculparte o sacrificar su propio tiempo y beneficio. Es fácil ser trasparente con él, pues te sientes aceptado como eres, quizá no avalado en muchos casos, pero sí comprendido. Entre amigos hay admiración, hay un reconocimiento de las cosas que te hacen y lo hacen valioso. Entre amigos se prioriza el afecto y el vínculo frente a los errores y malos entendidos. La maduración de la amistad toma su tiempo, estimula lo mejor de las personas y, en verdad, quien la halla, encuentra un tesoro, un ángel, un hermano.