19/6/10

Autoestima = Aceptación incondicional

Las primeras imágenes que forman nuestros hijos de sí mismos y de sus acciones son construidas con información que viene del mundo que los rodea. Nuestras palabras para ellos no son meras opiniones y críticas, son sus realidades. Por ejemplo, las apreciaciones de que es “lento, enfermizo ó inútil” o la forma en que los demás se relacionan con ellos, les llegan como verdades, más aún si se trata de personas significativas. La autoestima no solo se refiere a las características que definen a alguien, sino también a cómo se siente acerca de esa imagen que va construyendo de sí mismo, es decir uno se puede sentir contento y satisfecho con esa imagen, quizá no tanto, o quizá la mire con desagrado. La principal alerta de una baja autoestima es la necesidad imperiosa y excesiva dependencia de la aprobación o afecto de parte de los demás. El niño o joven con baja autoestima crea formas en aras de lograr aprobación y el afecto que desea. Lo hace a través de formas que van de lo agresivo a lo sutil, usando: el chantaje, el alarde, la lástima, la transformación, la exigencia de justicia, o por medio de amenazas.


Estos pensamientos se expresan a través de auto críticas e insatisfacción consigo mismo, mostrando sensibilidad a la crítica (resintiéndose con quien hizo la crítica o achacando la responsabilidad a otros), evitando arriesgarse o tomar decisiones, tratando de hacer todo con perfección obsesiva, explotando en cólera por cosas de poca importancia, expresando que nada le es suficiente (todo le decepciona, nada está a la altura de como quiere las cosas), viendo todo oscuro, incluso a sí mismo.

Cuando la capacidad de razonar se va desarrollando con el paso de los años, sucede algo eminentemente humano, el niño se habla a sí mismo, su propio lenguaje se convierte en una gran influencia, entonces es preciso en
señarle a tener cuidado acerca de lo que dice sobre sí.

Hay que enseñarle a juzgar sus conductas y actitudes pero no su esencia, él es valioso incondicionalmente. Y para ello, tiene que aprender a cambiar en su lenguaje el verbo “ser” por el verbo “tener”. Por ejemplo:

Si el niño califica o juzga su esencia, se invita a sí mismo a reflejar eso al mundo, se inhibirá de hacer algunas cosas, justificándose en que “soy así”, “es mi manera de ser”.

En los diálogos que tenga con su hijo dele la esperanza o la realidad de no reconocerse permanente en algo (como una etiqueta), de que diferencie sus acciones de su persona, si ha incurrido en un error, no es un tonto o un fracasado; si ha obtenido bajas calificaciones, no es un flojo; si le ha ido exitósamente en algo, nos pone cont
entos como padres, pero no significa que va a tener éxito en todo, ni tampoco se debe sentirse obligado a ello; etc.

Si se cree las etiquetas que él mismo generó sobre sí mismo y que lo califican negativamente, no hará esfuerzos por aprender formas nuevas
de comportarse, porque irán en contra de su “forma de ser”. Ayúdele a valorarse comenzando por enseñarle a diferenciar sus conductas de su persona, sus conductas pueden ser juzgadas como buenas o malas, productivas o no, exitosas o erradas, útiles o no, en algún porcentaje y bajo ciertas condiciones, pero, su esencia como persona es valiosa incondicionalmente.

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