23/10/08

Disciplinando la disciplina en la escuela

La escuela es un espacio privilegiado para el aprendizaje de la disciplina, y más aún cuando otras instituciones como la familia cifran expectativas altas respecto de lo que puede hacer el colegio, en un contexto social de violencia, crisis de autoridad, quiebre del sentido de autocontrol personal, entre otras situaciones. Una de las características de los chicos actuales es la horizontalización respecto de los padres, lo cual consiste en que el poder de los chicos en el hogar se equipara al de los padres, pareciendo éstos últimos más amigos que padres, más hermanos que padres.

Esto se ha hecho muy común y se viene generalizando a otros ambientes como la escuela, pero, es preciso ver que la horizontalización es muy común en ambientes donde hay poca claridad en la estructura de autoridad, o la autoridad es poco significativa o poderosa, o existe en la autoridad o cuerpo de autoridad sistemáticas contradicciones, desautorizaciones, desacreditaciones, lo cual les otorga una imagen de poca solidez , y brinda un ambiente propicio para que el joven con tendencia a horizontalizar sus relaciones mantenga o desarrolle dichas actitudes.

El maestro debe sentir que tiene poder, que es capaz de persuadir, que es capaz de dirigir un grupo, que puede liderar procesos, que puede marcar límites, que puede motivar al cambio, que tiene el respaldo de su inmediato superior, que junto con sus colegas organizadamente forma un cuerpo sólido e influyente en la escuela, el “empowerment” del maestro es fundamental para explicar la disciplina de los chicos. Poco se puede esperar si el maestro entra en una cadena de auto-desacreditaciones, como por ejemplo:

* Plantear reglas poco claras o hepáticas (que dependen del estado de ánimo del maestro, pero no producto de una reflexión, y no especifican una consecuencia)
* Respuestas poco claras, tardías, derivaciones, o ausencia de respuesta para enfrentar los desafíos por parte de los chicos
* Los chicos sienten que “no pasa nada”


El maestro se verá entrampado en un círculo en el cual no se sabe dónde comienzan las cosas, una cadena de mutuas “echadas de culpa”, pero, en donde claramente se puede observar que todos contribuyen, y en el cual se observa que el punto crucial por parte de los adultos es la estructuración de reglas. Si él mismo no las tiene claras, es muy difícil que los chicos las vayan a tener así.

Los chicos de por sí son inestables, alguien tiene que ser estable ante este panorama, si el maestro se descontrola, “perdió”, por ejemplo, si son púberes o adolescentes, son más inestables que en otro momento, y por cuestiones propias de su desarrollo intentarán construir parte de su identidad en la oposición al adulto y lo que significa él, el trabajar con adolescentes implica conocer esto y conocer también que a nuestra edad vivimos las crisis de la mediana edad, en que somos más susceptibles de vernos afectados por la forma como nos perciben los demás, un comentario crítico nos afecta más que en otras etapas de nuestra vida, y los chicos tratarán de demostrarnos que somos imperfectos, y si nuestros encuentros tratan de demostrarles que somos perfectos, como en una especie de competencia, resultarán más desafiantes aún. La inteligencia, la agudeza, el liderazgo, el equilibrio entre manejo disciplinario y afecto, entre reglas claras y consecuentes en mezcla con presencia cercana y respetuosa, tienen mejor efecto en la relación con los chicos. El populismo (que refleja carencias emocionales), la rigidez (que refleja incapacidad para confiar), la humillación (como un alarde del poder del adulto) han demostrado no contribuir a la formación de los chicos. El primero provoca abusos de confianza, el segundo genera mentirosos muy astutos y chicos que aprenden a jugar a ser disciplinados delante del “estricto” y pensar que la siguiente vez “tiene que ser más audaz para no ser atrapado”, y el tercero, daños emocionales, desvalorización, y en algunos casos insensibilidad y sentimientos de venganza.

La gestión o dirección es una prioridad en el aula. Esta gestión eficiente se puede efectuar a través de un modelo disciplinario que desarrolle el respeto mutuo, mejore la cooperación, que fomente la responsabilidad, que promueva un sentido de identidad en el aula, y tenga en especial, un sistema de consecuencias a las conductas de los alumnos. Jane Nelson autora de Disciplina Positiva sugiere que este manejo eficiente se puede dar:

1.Creando una atmósfera de amabilidad, firmeza, dignidad y mutuo respeto. Esto es muy importante para crear un ambiente propicio para aprender y educar.
2.Manteniendo reuniones periódicas de aula. Esto ayuda a crear un sentimiento de comunidad al interior del aula y ayuda a los estudiantes a desarrollar sus habilidades para comunicar.
3.Entendiendo el sentido de los cuatro objetivos equivocadas de una conducta: 1) obtener exceso de atención, 2) poder, 3) vengarse y 4) eludir responsabilidades / asumirse incapaz.
4.Utilizando el aliento más que el elogio o la alabanza. Alentar reconoce cualquier esfuerzo hecho por los estudiantes, aunque no resulten en logros o triunfos.
5.Asignando responsabilidades en el aula.
6.Manteniendo reuniones entre padres, maestro y estudiantes. Este punto ayuda a que el estudiante se sienta más involucrado en sus metas de aprendizaje.
7.Practicar los pasos de resolución de problemas en el aula. Estos pasos involucran a los estudiantes en la solución de sus problemas de una manera sistemática, que implica la guía inicial del maestro.

La niñez y al adolescencia son etapas irrepetibles, hermosas, en que esa imagen de la oruga convirtiéndose en mariposa deja de ser una metáfora para hacerse una pintura, son etapa con sus propias crisis y como todas las crisis, tienen muchos riesgos pero a la vez cada una de ellas es una etapa de muchas oportunidades. Es preciso ver al niño y al joven desde su otra cara, desde la cara de la posibilidades que brindan estas etapas: energía, creatividad, lealtad, reflexividad, criticidad, sensualidad, competitividad, etc. y no solo desde el lado del adulto desafiado, que puede llegar a ver al estudiante como problema y dolor de cabeza. Asimismo es preciso darles espacios en la escuela que les permitan plasmar ese otro lado de la luna, en una contribución funcional para la convivencia, actividades que los desafíen y pongan en relieve todas sus capacidades, usualmente no registradas o consideradas.

Es paradójico, pero tanto en maestros como en alumnos, el sentirse empoderizados los hace madurar, a los primeros como personas en una responsabilidad de alto impacto social como es la educación integral de sus alumnos (misión) y a los segundos al ponerlos en la ruta de su desarrollo (lo cual no significa restringir su posibilidad de participación a través del consejo estudiantil, sino explotar y desafiar las posibilidades de las organizaciones estudiantiles en las aulas, en las bases más próximas a los chicos, y en el plano individual la capacidad autocrítica, su compromiso consigo mismo y con los demás, y la lealtad) he ahí la responsabilidad de la dirección de la escuela y de los directivos: dar los espacios para empoderizar a las personas, pero también, preparar a ambos grupos para el uso del poder y para asumir la responsabilidad del crecimiento y formación de otros, y el propio desarrollo personal.

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